Sensaciones diurnas en espacios transitorios.
Carreteras silenciosas con derrapes de atardecer que apenas dan
tiempo a levantar la cabeza. Pájaros que se van de tu ventana y
cantan escondidos en azul lejano. La boca que habla antes de pensar,
la mano que escribe antes de... Torpeza agitada. El falso eco del
grito mudo de un corazón desnudo en un cerebro frustrado. El dudar
de un “sígueme”, que para ovejas ya hay unas cuantas..
Entre giros, confusiones, cansancio..la noche se echa encima. La
oscuridad homogeneiza el contraste saturante por exceso de estímulos
hasta el nuevo día. Un ladrido familiar que no logras situar sin
luz...ahí, allí. Cuerpo en reposo, no importa. Hay algún nexo en
mi mente entre lugares tranquilos y sus ruidos nocturnos que refuerza
su naturaleza.
iO
El riachuelo formado por la lluvia discurría paralelo a las gastadas piedras del convento. Su curso giró de repente al llegar a la esquina y pasó de largo ante la inmensa puerta de madera, sin aminorar su marcha en señal de respeto ante su antigua y venerable entrada. Tal vez su propósito fuese el contrario precisamente, pasar de largo con rapidez, porque sus aguas llevaban consigo un inconfundible reguero sangriento… La lluvia seguía cayendo incansable, en un vano empeño por borrar la sangre que goteaba cada día de las gárgolas, los muros, los suelos de piedra… Miles de pequeños afluentes confluían cada día en la plaza de la catedral, tiñendo de rojo los bordes de aquellas negras capas, que eran las únicas paseantes en aquel lugar.
Unas botas surcaron rápidamente un
curso de agua tinto y brillante, sin apenas alterar el reflejo de su
superficie. La capa, larga y oscura como no podía ser de otro modo,
cobijaba su agitada respiración y sus músculos en extrema tensión.
La capucha mojada caía proyectando una sombra inescrutable sobre su
rostro. Sus piernas se impacientaban por ir más aprisa, y había de
refrenarlas a un paso con el que, aún, hubiera dejado a muchos
atrás. No podía delatarse o estaría perdido, se repitió por
enésima vez. Sus dientes rechinaron con rabia, en una mueca que
tensó sus poderosos dorsales, con el número 10 grabado entre ellos.
No podía correr, y no podía pensar. Su vida dependía de explotar
al límite esas dos acciones… en el momento oportuno; si ahora las
ejecutaba estaría muerto casi al instante. No resultaba fácil en
absoluto disminuir la cadencia de sus pisadas, pero tratar de
controlar la frecuencia de sus pensamientos se había convertido en
una tortura indescriptible… Se escapaban… estaban escapando de
ese yugo insoportable…
Al final apareció. La sonda descendió
sobre él girando vertiginosamente y, cuando parecía a punto de
atravesarle de arriba abajo, se detuvo con brusquedad sobre su
cabeza. El 10 trató con desesperación de desandar el camino que su
mente había realizado previamente, de volver sobre sus pasos hacia
un rincón seguro, en las profundidades de su mente, que la sonda
asesina no pudiera detectar. Comenzó a emitir aquellos sonidos
nítidos y delatores, a la par que medía la frecuencia de sus
conexiones cerebrales. Él lo intentó con todas sus fuerzas y, al
final, sintió como su resistencia cedía y sus pensamientos
comenzaban a descender, a descender… sólo quedó sobre la
superficie detectable una pequeña parte, suficiente para complacer a
los sensores vigilantes y que éstos pasaran de largo. Tras unos
últimos instantes de agonía la sonda retrocedió lentamente, y por
fin tomó un rumbo sinuoso entre las callejuelas, dirigiéndose a una
nueva búsqueda… Su búsqueda, sin embargo, pronto cesaría, pensó
el 10… Quedaban ya tan pocos… El trueno resonó sobre el sordo
rumor del diluvio, y se dirigió lentamente a su refugio; no le
quedaban ganas de tentar a la suerte de nuevo.
Se detuvo al llegar a un gigantesco
portón que daba la impresión de no haberse abierto desde hacía
siglos y, tratando de mirar a todas partes a la vez bajo la tupida
cortina de agua, sacó un medallón del interior de su túnica y lo
exhibió sólo un momento ante los ojos de un león de mirada feroz
congelada en piedra. Un mecanismo apenas perceptible al oído abrió
la puerta con inesperada suavidad, y sin dudarlo ni un instante se
deslizó al otro lado. Traspasado el umbral una completa oscuridad lo
rodeó, mas comenzó a caminar con paso firme, doblando a la derecha
cada cierto número de pasos sin la menor vacilación. Llegado ante
un enorme arco laboriosamente tallado se detuvo un instante, y supo
que a sus espaldas el laberinto de piedra, sólo una ilusión óptica,
había desaparecido como siempre.
Cerró los ojos calculando si, al otro
lado, sería hoy el único habitante. El último en el postrero y
precario refugio de piedra. La pregunta lo abordaba cada día, a la
vez que regresaba. El 10, antaño número del éxito, adornaba hoy su
espalda en cicatrices que aún escocían, como un símbolo proscrito.
Habían marcado otras espaldas como la suya, incontables ya, antes de
enviarlas a la muerte, condenadas tras un juicio sumario contra el
genio humano. Aquella cruzada contra el pensamiento, que se gestó
lentamente con la odiosa eficacia de lo anodino, había exterminado
todo aquello que pudiera poner en evidencia cualquier síntoma de
vulgaridad. Todos aquellos seres creados para brillar, para destacar,
todos aquellos sencillamente con el potencial de hacerlo, habían
sufrido una persecución sin precedentes en la historia. Como una
terrible plaga, Los Iguales habían esparcido las sondas detectoras
de pensamiento, persiguiendo con saña a aquellos que superaran el
nivel considerado aceptable…
El 10 se sentía solo, solo de un modo
diferente a como nunca se había sentido. El miedo había prendido
rápido en las hojas secas de la envidia y el rencor. Las
expectativas, el listón a superar, se habían separado
irremisiblemente del esfuerzo y la autoestima; a través de los años,
el abismo resultante se había tragado la cordura de millones de
personas, que sólo hallaban en la vida una continua frustración.
Los sistemas de respuesta se habían desbordado ante aquella
avalancha de desdicha, que crecía de forma exponencial, de la mano
de insospechados avances tecnológicos. Aquel mundo creado a toda
velocidad no existía ya más que en sueños… todo fue pasto de la
ira. El mundo necesitaba detenerse, era una esfera lanzada a un ritmo
vertiginoso bajo millones de pies que apenas acertaban a sostenerse
sobre él. Y cuando todo se redujo al ritmo del letargo, sin
exigencias primero, sin expectativas después… entonces fueron a
por ellos. A por cualquiera que pudiera recordarles que eran capaces
de algo más. El número 10 marcó su espalda a sangre y a fuego, y
el resto ya era historia. La historia del enésimo genocidio.
)(
2 comentarios:
Una forma muy curiosa y original de describir una persecución sin sentido y. con el único fundamento de perseguir la diferencia.
Siempre habrá gente diferente que genere rechazo o no, pero de generar rechazo y no ser capaz de gestionarlo de una manera más positiva, la última opción o mejor, lo que nunca debe ser una opción es hacer desparecer lo diferente.
Si no se sabe como afrontarlo o convivir con ello, creo que basta con alejarse y dejar vivir, dejar las diferencias intactas.
Un abrazo.
Sin duda de acuerdo. La falta de seguridad de muchas personas les hace sentir cómodos formando parte de una masa, compartiendo o no principios e ideas y, esa ausencia de seguridad hace que atacar lo diferente sea su instrumento para reafirmarse, para eliminar la posibilidad de replantearse cosas... Supongo que, como se suele decir: "la mejor defensa es un buen ataque".
No todo el mundo es apto para sentir cómo se tambalean ciertas cosas dentro, la dentellada de una duda...
A veces pienso que vamos encaminados sin remedio a esa gris uniformidad, pues incluso lo diferente se está catalogando y llenando de tópicos...otras veces, afortunadamente, aparece quien me saca de mi error y soy más optimista de cara al presente y al futuro en ese sentido.
Un abrazo de vuelta.
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