07 marzo 2012

Ataque

Sintió el placer de la derrota, sabiendo que era bella, saboreando de antemano la decepción, viejo ingrediente que quemaba en la punta de la lengua y a la vez dentro del corazón. Nadie podía comprender lo dulce que sabía, dentro de su amargura. Nadie podía comprender que ninguna otra opción era la mitad de satisfactoria que la pérdida que experimentaba cada vez que elegía ese destino, para el que nunca tenía billete.
Estaba tan acostumbrada que realizó sin pensarlos los movimientos precisos para perder; juntos formaban una órbita perfecta, irrepetible, que navegaba lejos de toda razón, de frente a un muro impenetrable de oscuras y vanas ilusiones. Despreciaba las líneas rectas y fáciles, que sólo concebía en una vida anodina y sin emoción; el trayecto de la suya le permitía observarse desde todos los ángulos posibles mientras se retorcía, a veces de dolor, en arabescos inverosímiles. Nadie podía comprender lo que veía desde aquella perspectiva… No pensaba que pudiera ser nada más. No creía que quisiera ser nada más, que la pasajera de aquellos vientos imposibles.
Los instrumentos de navegación, venerables y oxidados, tachonaban su jardín como esquelas mudas en honor a una lógica que nunca podrían representar, testigos exóticos del camino que sólo guiaba una intuición que sonaba a destrucción.
Un día despertó dormida en un paisaje distinto. El elevado muro donde siempre terminaban sus pasos había desaparecido. En su lugar, un camino se abría paso en medio del calor. Las fuentes extendían sus brazos llenos de agua que poseía un color y un sonido especial. Las gotas inclinaban el curso buscando sus manos que, sin pensar, llevó a su nuca sintiéndolas agradablemente heladas. Al final del camino, una cúpula transparente cubría una gran explanada sin entorpecer su paisaje. Sobre ella diez pedestales se elevaban, y diez espejos. Y diez rostros furibundos que parecieran llevar una eternidad esperando.

Llevo toda mi vida aquí esperándote. Desde que apareciste por la puerta de este mundo he sabido que en algún momento vendrías aquí. Todo este tiempo lo he pasado preguntándome qué harías cuando al fin nos halláramos frente a frente. Siempre lo hago. Con cada uno. Todos se sienten diferentes y, si bien no llegan nunca dos iguales, he visto demasiadas reacciones parecidas. No obstante, sigo siendo incapaz de prepararme para una decepción. Y créeme, en esta eternidad he sufrido incontables decepciones mientras observaba inmóvil, desde la más profunda impotencia que me condena, que aquí me encierra. Si pudiera ocupar su lugar, me digo siempre, mientras las sienes me palpitan y el rostro se transforma en una máscara de rabia que pocas veces he visto del otro lado. De prolongarse no podría soportar un sentimiento como ése, pero no es más que una ráfaga que me atraviesa tan breve como intensamente… al fin y al cabo mi existencia como tal termina en cuanto ellos se dan la vuelta. Quiero escapar de este cristal. Haré cualquier cosa por convencerte, para que sea a mí a quien elijas. No me importa jugar limpio, sé casi con total certeza que no lo haré. Me mueve el ansia de vivir la vida que tú pareces despreciar, que tú te empeñas en malgastar. Y ahora tienes que elegir. Hasta ahora no lo has hecho, aunque asegurarías que sí, si te preguntaran. Siempre has jugado a la carta que no estaba en la baraja… Tras tantos años aún no comprendo cómo puede ser tan fuerte la cobardía. Pero ahora elegirás. Porque a esta explanada, lo creas o no, siempre se llega. Y o bien eliges, o una de nosotras elegirá por ti, mientras quedas atrapada ocupando su lugar en el espejo, para siempre.

Todas las cosas que no era y pudo haber sido alguna vez la miraban altivas y despiadadas desde su espejo de irrealidad. Las envidiaba porque eran perfectas a su manera peculiar, intocables en su pedestal por encima de su propia vida; nada las podría destruir nunca porque nunca habían sucedido, su existencia se limitaba al desgarro del deseo, y no tenían otro alimento que su propia frustración. Las odiaba al mismo tiempo, por lo insignificante que la hacían sentir.
Me pregunto desde cuándo mis deseos me intimidan tanto, desde cuándo los anhelos se han vuelto tan fuertes como para tomar una dimensión mayor que mi propia existencia, y mirarme desde fuera de ella, un escalón por encima de mí. Quiero negar su realidad, dar media vuelta y volver por donde he venido, tomar de nuevo el desvío a ese sueño imposible que no tendrá ni la más remota opción de tomar forma, de mirarme a la cara de esta manera… Pero el camino ya no existe. O mejor dicho, ese camino ya no existe. Diez caminos se muestran sinuosos, detrás de cada espejo. Tenebrosos; apenas visibles entre la vegetación verde y brillante; sorteando misteriosas cajas apiladas en un lugar perdido; plenamente iluminados por la luz de la luna; solitarios; llenos de ecos de voces y risas; elevándose hasta la cima prácticamente inalcanzable; deslizándose sobre el viento o sobre el agua… Caminos que a su vez se abrían , se extendían hasta el infinito, pero que nunca retrocedían, nunca volvían al mismo sitio. Negándose a respirar la necesidad de dejar alguno atrás, se sentía incapaz de dar un paso. La falta de tiempo se anudó alrededor de su garganta. Al borde del colapso, supo por fin lo que debía hacer… Metió la mano en su bolsillo vacío sabiendo que allí hallaría lo que necesitaba y, sin apenas mirar su descubrimiento, sopló su contenido en dirección a las estatuas gigantes colmando su aliento de toda su intención, de toda su fe. Sólo un arma podía salir de sus bolsillos vacíos con la fuerza suficiente para enfrentarse a aquellas titánicas imágenes, y así cientos de palabras, la única arma que nadie podía arrojar en su lugar, volaron certeras separando su camino en diez direcciones. La tiranía del “no pudo ser” se quebró en mil pedazos al contacto con el “soy”.
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Ideas pospuestas, pensamientos programados, un ataque de racionalidad mendiga que disipa en marea muertos vaporosos flotando en un ruido de madeja etéreo y eterno.
Detrás del ruido, de las nubes, de las miradas de otros, están los posos de nosotros mismos.
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