15 diciembre 2011

arena

sabbia sterile
sfregia, erosiona
a inezie..nulla

colpisce il vento,
priva d'acqua l'albero
..lo spunto muore
iO (haiku x2)


Arena. Podía escuchar el ruido sibilante que hacía al caer mientras pronunciaba su nombre, sentir como inundaba su cuerpo lenta y selectivamente, inexorablemente también, siempre en función de sus propios gestos, compensando y equilibrando sus movimientos, y dando a éstos una gracia y armonía perfectas.

No había probado nunca aquel elemento desconocido que, al azar, levantaba dunas en medio de sus emociones y antes de que pudiera recordar su forma las destruía, elevando otro sentimiento en torre de color rojiza. Sin comparar, sin extrañar, cada momento era perfecto, y cada imagen única e imprescindible en su segundo de vida. Nunca había sentido el discurrir del mundo tan deprisa, y ahora sabía que lo era. Sólo era él quien no se había adaptado hasta ahora de manera que pudiera captar hasta la última gota, exprimirla dentro de sí, y dejar que al instante la llevara el viento vacía de contenido.

Era el mismo a cada instante, y sin embargo nunca lo era. Continuamente se dejaba atrás a sí mismo, moviéndose tal y como la dirección del viento le moldeaba, de manera que su sombra jamás podía seguirle.

Sentía su superficie suave y pulida, como si llevara eones en este mundo, y hubiera jurado que el tiempo podía resbalar sobre ella pasando de largo. Miles de vientos le atravesaban y ninguno podía destruirlo, sólo cambiarlo, y a cada cambio se sentía más fuerte y más bello. Indestructible. Eterno. El secreto estaba sólo en no oponer resistencia. No importaba que su materia se dispersara, que lo integrara después otra nueva y desconocida… su ser se mantenía intacto por encima de todo eso, porque se hallaba muy lejos en realidad… quizá en el lugar del que había venido la arena, aquel elemento irreductible donde todo era, en mayor o menor medida, pasajero.
)(

01 septiembre 2011

bolsillos



Cerró la mano en torno al espacio vacío. Ni el poso del recuerdo quedaba ya, su voluntad de olvidar lo había disuelto cuando por fin pudo desterrar la pena por sí mismo. Lo veía ahora, desvaneciéndose entre brillantes colores, como si hubiera guardado su más bello espectáculo para el final. Sólo eran briznas que no podían alimentar ya nada, siquiera el tiempo confuso entre el descanso y la vigilia, y mucho menos una vida completa y verdadera. Aún así apareció la tentación en el último momento, la esperaba. La tentación de arrojar todo por la borda con tal de contemplar esos colores una vez más, de escuchar aquellas notas una vez más, de sentir ese vuelco dentro de sí, sólo una vez… sólo una vez bastaba para inclinar la balanza del lado del aire en el lugar de la piedra. Bastaba porque, una vez que lo dejara ir, jamás lo contemplaría, escucharía o sentiría de nuevo. Jamás volvería a encontrarlo en este mundo porque nunca perteneció a la realidad. Lo que vio consumirse ese día, como no, entre llamas, era un sueño que jamás podría volver a recomponer.
Había desaparecido de su bolsillo. El familiar consuelo al que se había aferrado en su huída del mundo, el peso indescriptible que lo anclaba al tiempo impidiéndole avanzar. La estrella que marcaba el norte, inalcanzable siempre, había caído. Los retazos de luz atesorados a lo largo de tantos años, ardían en la gloria del olvido. El norte estaba ahora en movimiento, a la espera de que lo señalara.
Cerró la mano y el vacío que halló dentro le hizo respirar hondo, tranquilo. Jamás volvería a guardar nada en sus bolsillos.


…………


Te define lo que llevas en tus bolsillos, pero gana la partida lo que queda fuera de ellos. La moneda que te falta para insertar en la cabina, alquilando por horas un mundo fuera de casa, una excusa que te aleje de una nueva discusión. Las llaves del coche que te arrastran a un paseo de dos horas, a un portal desconocido, a un mañana inesperado. El billete de metro con el teléfono de esa chica, cuya búsqueda en vano te despierta de una insensatez, llevándote directo a la parada “reconciliación” más próxima… Si por algo recordamos los bolsillos, es normalmente a causa del olvido. Porque no es más que un espacio pequeño en el que, una vez vacío, sobra sitio al curso de la vida para girar y cambiar de rumbo.
    
                                                                                         
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"È davvero difficile svegliarsi quando si è stati costretti a pensare che un pezzo di cartastraccia sia un assegno da un milione di dollari. Com'è difficile strapparsi da quel pezzo di cartastraccia!" (Messaggio per un'aquila che si crede un pollo - A de Mello)

Con los bolsillos vacíos y las cosas dentro.
iO

13 julio 2011

Capturas de viento


Viento capturado.
Abrió la ventana de par en par. Colocó la marmita sobre el alféizar llena de agua. La luna estaba a punto de asomar, brillante y redonda, tras las casas blancas recortadas ahora en la penumbra. Los primeros rayos comenzaron a reflejarse colmados de aroma a flores, y pronto el círculo perfecto y de otro modo inalcanzable anegó la superficie de agua quebrada en suaves ondas.
La habitación estaba a oscuras cuando él por fin entró. No necesitaba encender el candil que descansaba junto a la cama, lo conocía absolutamente de memoria. Habría trazado sin vacilar los ángulos de su perfil, la curvatura de su sonrisa. No en vano lo había visto en aquel mismo rincón cientos de veces, aunque fuese aquella la primera que él en verdad aparecía. Su razón apenas lo esperaba ya. Desde la lógica más aplastante hasta los arcanos más supersticiosos, pasando por el poder de los compromisos o la simple ley de la probabilidad, hubieran echado abajo cualquier esperanza… pero no la suya. La había inducido a un coma que apaciguaba el dolor, rebajando al mínimo la frecuencia de su latido; manteniéndola casi invisible, a salvo de cualquier indiscreto intento de acabar con ella. Contando los pasos que le acercaban a ella pensó que la vida, por suerte, jamás funcionaba según un cálculo preciso. Para completar el puzzle de su vida habían saltado por los aires cuantas leyes existían, salvo la de su propio deseo hacia él; inamovible, perpetua, como si la hubiese aguardado desde antes de su nacimiento para habitar su interior, como algo sólido que siguiera existiendo una vez que ella desapareciera.
Cogió la pequeña botella que, desde que él irrumpiera en su interior sin saberlo, había llenado con tantas palabras, y tantos de sus silencios. Algunos dolían como una incisión profunda, otros podían atraer a las estrellas bajo su impulso. Aún después de tantas veces expuesto su contenido, su poder seguía intacto cada vez que, sin poder resistirlo, lo destapaba. Supo que ahora la abriría por última vez. Dejaría que se colmara con la belleza de aquella noche, que había esperado siempre. Por fin su vida se llenaría con el presente, y los recuerdos serían solamente recuerdos.

Viento liberado.
La tierra cruje entre el vaivén del viento color de oro. El soldado no sabe hacia donde mirar, dondequiera que dirige sus ojos éstos se llenan de un polvillo reseco y luminoso que le ciega. Desde hace un rato la fina arena en suspensión está minando su paciencia, como un elemento más que añadir a su tensión y su agotamiento. Está esperando, quieto, mirando el horizonte sin perder detalle porque él dará el grito que lanzará a sus compañeros a la batalla. Por el momento no siente nada, ninguna sombra se recorta en el punto lejano donde termina su visión, el viento no trae el rumor de las bestias azuzadas hasta el límite, el polvo no se levanta desde el suelo… está en el aire, suspendido dorando a fuego lento el azul del cielo desde hace ya mucho rato, colándose entre las rendijas de su capa, exaltando su desesperación. El soldado no ha conocido nunca un viento como ése, que sin estar en movimiento hace girar aquellos dardos brillantes y punzantes a su alrededor; desde que abandonó su pueblo, y no ha ido muy lejos desde entonces, sólo el viento frío y cortante de las montañas se ha revelado de vez en cuando, ningún otro. El frente lleva inmóvil mucho tiempo, lo que parece una eternidad de copos de nieve, barro, y líneas deformadas por el asfixiante calor. Sólo son un puñado de hombres, algunos muy jóvenes y otros muy viejos para ocupar un lugar en un frente más importante… y sabe que enfrente, cuando aparezca, sólo verá un reflejo de sí mismo entre harapos de distinto color. Si se fijara quizá terminaría por ver las mismas caras, los mismos ojos, la misma miseria… pero por suerte no hay tiempo para ver antes de matar, o de morir si llega el caso. Todo será como siempre desde que empezó, rápido, sangriento, y sin ninguna gloria. Sin ningún testigo. ¿Qué pasaría si todos se marcharan a casa, dejando vacío aquel pedazo yermo de tierra? ¿Cómo podría eso cambiar el curso de una historia que se había olvidado de ellos?
El calor insoportable le pega la arena al rostro, dejando leves marcas sangrientas cuando la arrastra al secarse el sudor. Entonces se acuerda del abanico. Está abandonado, y sin embargo protegido, en el rincón más oculto del bolsillo de su gruesa guerrera. Resultaba imposible no reconocer el tacto de ese objeto delicado entre las cosas de la guerra, pesadas como su mortífera condición. Se había negado a deshacerse de su pequeño tesoro que conservaba pensando en regalárselo a ella porque, cuando lo miraba, aún creía que habría un después y una vuelta a casa.
Lo desplegó con cuidado. El calor lo asfixiaba, sin embargo no podía deshacerse de la pesada guerrera ni de la capa; el soldado en el frente debía cargar con todas sus pertenencias, pues no había sitio al que regresar por ellas, ni posibilidad de proveerse de otras nuevas si las perdía. Un poco de aire le aliviaría, pensó…. Y ahí se desató todo…
Primero fue la sombra, o quizá el ruido, nunca lo supo.
Era el vigía, sabía antes que nadie cuántos enemigos aparecerían, y desde qué dirección… Sin embargo esta vez no los vio aproximarse. Aparecieron. Así fue. Aparecieron sin más en medio de sus trincheras gritando en una lengua desconocida que helaba la sangre. Sus ropas parecían hechas de polvo dorado, y sus rostros cincelados en piedra de arenisca; sin embargo, a pesar de su aspecto incorpóreo, descabelladamente antiguo, el choque contra ellos fue brutal, y sus mandobles se hundían en el pequeño y desprevenido ejército derramando sangre roja que se mezclaba impúdicamente con las casacas de hierro de los visitantes, que el tiempo había bruñido como un espejo. Sus ojos rasgados brillaban con un odio sereno que parecían dirigir a un más allá, a un enemigo imaginario que se hallara muy, muy lejos en espacio y en tiempo, y su pobre batallón fuera sólo un leve escollo que, inoportuno, hubiera surgido en su camino. Tuvo tiempo de ver, antes de ser atravesado y caer sin gloria alguna, prácticamente muerto, como ondeaba el negro cabello liso y brillante de los atacantes en medio de una brisa inexistente.
El viento esparció el odio y la sangre con terrorífica equidad. Zarandeó su razón haciéndola tambalearse hasta que al final cayó con un ruido pesado, sin fuerzas para volver a levantarse. El mundo se había vuelto loco entre la presencia de extraños demonios de una era muy antigua, pero estaba bien así… Nada importaba. Nada podía ser peor que el infierno que había visto entre los seres de carne y hueso, no le importaba el fuego y el azufre, ni las vestimentas negras. Se dejó caer sin esperar ningún honor, agradeciendo que nadie viniera a cerrar sus ojos, porque no se llevaría de esta forma la oscuridad al otro mundo. Su mente aceptó la presencia de aquellos seres y, en medio de muertos y de vivos que gritaban entre el terror y la demencia, desapareció con ellos sin dejar rastro.
En pie, con porte orgulloso y tranquilo en medio de la oscura bruma de muerte, el general observó la única, delicada presencia que había sobrevivido a la furia imparable de su ejército. Sus blancos dientes rechinaron tras el casco, tragando para sí la infinita emoción que le poseyó al reconocerlo. El abanico. La misma forma que el estandarte que le distinguía en la batalla. Nunca había visto aquel objeto, pero sí uno de los personajes dibujados en él que, en doloroso y humillante escorzo, huía bajo la espada de un arrogante soldado que le perseguía. El odio, que hasta entonces había sido un sólido objeto con el que golpear, se licuó dentro de sí extendiéndose por sus venas a una velocidad que no creía posible. Sabía que algún indigno había tergiversado la realidad en algún momento. Que aquel que aparecía dibujado como brillante vencedor había sido en realidad quien huyera, cual cobarde alimaña. Sin embargo las bolsas de oro habían inclinado la balanza de la historia de su lado. Y él, Shogun, no apartó esta vez su rostro de falso vencido, como lo hacía del reflejo del río cada día desde que fue maldito. Esta vez se encaró con su imagen grabada en la seda y, con su modélica eficiencia, destruyó el abanico en su poderosa mano. Había tardado siglos enteros en desplegarse y mostrar al mundo su bella mentira grabada en la seda y prisionera en su viento. Por fin podría descansar.
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Don't blame it on... Blame it on the wind
iO



30 mayo 2011

Corazón




Me resulta difícil fijar la vista en algo. Fijar la vista mucho tiempo se convierte en desear, y yo no quiero desear nada. ¿Se puede vivir sin desear nada?, os preguntaréis. Se puede sobrevivir, y para mí eso hoy es suficiente… la mayoría de las veces es suficiente. Hace tiempo creo que se derrumbó todo; al menos, yo no he sido capaz de poner las piezas en su sitio, tal y como estaban. Lo intento y lo intento, pero siempre aparece un viento traidor que las derrumba, o te das cuenta casi al terminar esa torre de Babel de que hay un hueco vacío donde no debería, o que su aspecto no es tan bonito como yo recordaba, o simplemente estando a medias ya no tengo ganas de seguir… Supongo que algunas piezas se han ido perdiendo por el camino, de esas pequeñitas, pero sin las cuales en realidad nada tiene sentido. Las básicas parece que siguen estando allí: la familia, los amigos, la ciudad,… pero algo debe haberse extraviado. Pronto te das cuenta de que caminar hacia atrás para recuperar algo es un privilegio que raras veces existe, y cuando existe no lo tomamos. Pensamos que se puede seguir adelante con un guante menos, con un botón menos, con una moneda menos… pero ¿y cuando has ido perdiendo trocitos de ti mismo? Si al menos pudiera saber qué es… A veces creo que tengo la respuesta al enigma: ¿es el amor, es el éxito, el dinero? ¿Es levantarme por la mañana y hacer lo que me plazca sin pensar en nadie más? ¿Es el mover toda mi vida a otro lugar? Creo que cada vez le busco nombres más imposibles para evitar que aparezca, aún por casualidad. Para no descubrir que tampoco esa pieza es la que encaja en mi rompecabezas. A veces me miro al espejo y creo que todo es bonito, todo perfecto, tanto como puede serlo, nada fuera de su sitio… y sin embargo echo a andar y al tiempo siempre lo acabo escuchando, esa pieza que suena dentro como si estuviera rota, como si colgara fuera de su mecanismo, sin que yo pueda saber dónde siquiera. Me tapo los oídos y dejo de escuchar todo. La alegría me molesta. Las sonrisas de los otros me producen un dolor insoportable, porque ya no me acuerdo de cómo es la mía, porque ésa que asoma de vez en cuando no es mi sonrisa, sino alguna que he tomado prestada en algún momento para no parecer tan diferente. Quisiera saber por qué soy tan distinta de los demás, porque me siento al menos tan distinta. Sus vidas me parecen siempre diferentes, no siempre mejores, pero al menos todo parece estar en su sitio como yo anhelo. El desequilibrio me destroza como una bomba que explotara hacia dentro, sin dejar ni rastro para nadie, salvo para mí. El corazón parece que se detiene, se detiene… pero no, sigue adelante como una máquina al borde del colapso, pero que nunca termina de romperse del todo. Así son los corazones viejos. No, yo no lo soy. En el argot de muchos soy una niña, y aunque no me sienta así exactamente el espejo me devuelve una imagen joven. Pero él es viejo, y está cansado.  Muy cansado. A veces me siento delante del espejo y sigo una línea imaginaria, buscando sus cicatrices. No las de dentro, esas las siento, son viejas heridas que en los días de lluvia duelen más; sino las que demuestran que no eres mío, que fuiste de otro mucho antes, de alguien que ya peinaba canas como tú, corazón.

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enterramos a los querer querer, a los pensar en contra de...y todas esas cosas del interior que deberían llevarse bien por fin lo hacen..(y sin cortar cabezas)

17 mayo 2011

Acróbata




Abro los ojos. Es de noche, cómo no. Habrá quien pueda hallar difícil vivir inmerso en la oscuridad, pero es sencillo cuando no conoces otra cosa. Para mí siempre ha sido así. Me llamo Kairat. Bienvenido a mi mundo táctil. A mi mundo sin barreras, sin horizontes, y sin amor a primera vista. En mi mundo las ideas se asocian de forma muy diferente al tuyo. Son diferentes también las sensaciones que busco y encuentro. O mejor dicho, son en esencia las mismas, aunque experimentadas de una forma muy distinta. Te escucho hablar de cosas que no podría imaginar tal cual son para ti, pero no por eso dejan de existir para mí. Las recreo a mi manera, como tú las recreas a la tuya seguramente… no se posee la verdad sobre las cosas solamente por verlas, pienso yo… y cada vez me hallo más convencido de esa idea. Puedo, sin embargo, escuchar el relato en que describes esas cosas, esas sensaciones visuales que vuelcan tus ojos para que tu interior las vea, y oír un eco paralelo en tus palabras; existe, casi siempre, y casi nunca coincide con la forma exacta de las palabras que se pronuncian… y en ese eco se sustenta gran parte de mi existencia, literalmente además, como vas a ver luego.

Esta es Norah, mi madre. A veces pienso que querría estar en mi lugar, pero es tarde para ella. Aunque jamás volviese a ver, nada podría borrar los recuerdos que pasan por su mente como una película cada cierto tiempo. Norah tiene una herida que ningún ser humano podría curar, y no me refiero sólo a su piel. La de su alma es profunda como las simas que pueblan el fondo de los mares, y el peso tira sin remedio de su ser hacia ese abismo. En una fosa como aquella ha enterrado su confianza, su cariño, cualquier resquicio que le pudiera abrir de nuevo la puerta al mundo no va a volver a aparecer. No hay perdón. Para nadie. El perdón es una puerta de doble sentido que dejaría de nuevo abierta la entrada al sufrimiento, y no se siente capaz de absorver una brizna más de dolor en su ser. En cuanto a su otra herida… nunca la he visto, y no por una razón tan obvia como se pueda imaginar; Norah nunca me ha dejado que la toque.   

Aún recuerdo muy bien cuando lo supe por vez primera. Desperté, como hoy, como un día cualquiera. Mi cuerpo pequeño plegado en cualquier rincón de la noche, que no era casi nunca el mismo. La noche era un entorno cambiante lleno de ruidos diferentes cada vez. Rodeados de gente que no hablaba nuestra lengua y a quien apenas entendíamos. Jamás supe del miedo a la oscuridad, los sonidos que nunca cesaban eran mi luz si me despertaba, temblando desconcertado. Pues bien, aquella noche desperté y no escuchaba un solo ruido. Todo a mi alrededor parecía haberlo engullido otra oscuridad, diferente a la que yo conocía. Alargué los dedos en vano ansiando aunque fuera un leve contacto de ella. No lo hubo. Su contacto era su voz. Cuando me adivinaba asustado sabía ser dulce de veras, pero aquella vez sus palabras acariciantes no llegaron. Mi terror me impedía escuchar su respiración. Mis piernas eran muy pequeñas para bajar del estante donde estaba dormido. Las estiré y estiré palpando sólo el vacío. Quería sollozar, pero eso me impediría escucharla si estaba dormida. El corazón se estaba haciendo tan pesado que amenazaba con aplastarme debajo. Conté. Conté en inglés, en persa, en el recién aprendido francés, vacilante. Sentí que mi mente oscilaba, a un lado y al otro de la cuerda; inspiré; seguí contando despacio, y al fin el mundo dejó de moverse conmigo encima. Mi respiración se hizo lenta, regular, como el orden de los números. Los sonidos empezaron a cruzar la niebla del pánico, y al fin la oí respirar. Estaba llorando, desde hacía rato, en un ruido leve que al principio no reconocí. Llevaba allí todo ese tiempo, frente a mí, viéndome vacilar como en medio de un mar helado, encaramado a un islote cada vez más pequeño. Nunca esperé, ni tan sólo entonces, que se acercara… pero no me envió ni siquiera una palabra. En seguida adiviné porqué lloraba y mi miedo terminó en ese instante. Se hizo a un lado y dejó paso al entendimiento. Lloraba por mí. Porque ansiaba consolarme, pero su ansia de castigo era aún más grande. Se castigaba a sí misma de un modo extraño, inverosímil, a través de mí. Mi sufrimiento arruinaba su vida, acrecentaba su ruindad, le permitía hundirse en la miseria que tanto deseaba a veces sin poderlo evitar. Y cumplía su trágica exigencia a costa de mí. Entendí todo esto, sin intervención de todas estas palabras naturalmente, y por una vez el entendimiento no me hizo sentir mejor, sólo sentir que algo estaba mal, muy mal, con aquella extraña que era mi madre y que yo nunca podría dejar de querer, ni siquiera después de aquello.      

A los pocos días nuestro barco atracó en Canadá. Norah encontró trabajo en un lugar exótico donde su rostro no importaba, y allí nos quedamos a pesar de que el empleo no prometía durar mucho. Tampoco su intención era permanecer allí largo tiempo, como no lo era nunca. No mucho después, por primera vez en lo que sería una larga historia, subí al alambre. Es posible que se tratara del momento más emocionante de mi vida, pero eso sólo puedo decirlo ahora. En realidad fue una experiencia terrible que pudo tener, también ahora lo sé, cualquier final. Todo empezó con una multitud de pequeños ruidos, rumores los llaman. Alguien que llegó en el barco conocía la historia de Norah, sabía de donde veníamos. Cómo pudo averiguarlo es un misterio, pero su desgracia comenzó a formar murmullos que tenían un gusto metálico y frío, como la sangre en la boca. Así, de tan inesperada manera, conocí el nombre de mi padre. Me sentí enormemente confuso. Nunca antes había pensado que en mi vida hubiera alguien distinto de Norah… y pronto averigüé que ella debía pensar esto mismo. Corrí hacia donde estaba ella, rodeada de telas que crujían. Las esquivé fácilmente y me senté frente a ella. Su respiración se detuvo en una sonrisa que yo percibí llena y deseé muchísimo verla. Sé que, a pesar de las heridas de su cara, su sonrisa es muy hermosa. Nadie me ha hablado de eso, pero el eco lo hace siempre por ellos… y, aunque no fuera así, de los límites del respeto acaban escapando casi siempre retazos indiscretos, aquí y allá, y poco a poco las piezas almacenadas como un puzzle se van definiendo como algo más… y se ordenan con cuidado en mi cabeza, porque es lo más parecido a una imagen que nunca tendré de ella. Sentía una alegría que era casi dolorosa ante ese momento. Su sonrisa se quebraba muchas veces, en esquirlas afiladas y crueles que rajaban y atravesaban, pero siempre aparecía de nuevo. Pensando en este milagro me atreví a susurrar el nombre que había oído, sin saber que era la bestia de la que huíamos. Ella jamás me lo dijo. Jamás me dijo que el odio de aquel hombre era la marca que llevaba ella en su rostro, y el motivo de que los colores y las formas pasaran de largo por mi existencia. Pensé al contrario que el destino de nuestro viaje perpetuo era reunirnos con él, y ahora yo lo había encontrado para ella. Norah quedó en un completo silencio; sin embargo no era puro, tranquilo, ni siquiera distraído como otras veces… se parecía más bien a un sendero lleno de charcos, si pisabas la baldosa equivocada te lanzaba el agua helada y sucia que escondía debajo. La tormenta que arrojaba esta agua acababa de estallar. Norah se levantó despacio y sentí atravesarme un odio que no era para mí, pero en ese momento yo era el único destinatario disponible. Su sonrisa se torció bajo una respiración violenta y entrecortada y salió dando un portazo. Pensé que esta vez huiría sin mí. Que yo era una carga demasiado pesada y el pequeño espacio prestado que hasta entonces ocupaba en su corazón, había sido invadido por aquel rencor sin límites que la arrojaba de un lado al otro de las emociones, y me arrojaba a mi contra un eterno vacío que ella abandonaba siempre un segundo antes. Salí corriendo en la dirección contraria huyendo de aquel naufragio, y tras sortear algunos obstáculos conocidos y empujado por la suerte, me lancé contra el alambre. Me frenó en seco poniendo el mundo en su sitio. Lo palpé. Era firme, y a la vez flexible. Subía a una altura del suelo como un camino distinto y despejado, el camino que yo necesitaba. Escapando del miedo y la confusión me encaramé a él. Me senté en el delgado filo. Lo palpé con las manos, con los pies. Parecía extenderse hacia el infinito. Coloqué la planta de un pie sobre él, llevando el otro hacia atrás me levanté. Se balanceó y yo me balanceé con él en un vaivén cómplice. Se movía conmigo como si nada pudiera hacerlo abandonarme. Salté sobre él y, al descender, allí seguía, amoldando su cuerpo a mis movimientos. Fascinado avancé. Por primera vez mi camino era una línea recta, definida, que me decía sin error posible hacia dónde ir. Lo seguí. Me acompañaba una gran calma, y la sensación de caminar por una amplia y mullida pradera. Pensé que podría vivir allá arriba sin bajar nunca más. Salté de nuevo, con más impulso, y el eco vibrante me dijo exactamente donde posar mis pies.

Nadie creería que es tan sencillo lo que me guía. El eco. Tanto tiempo después, cuando lo escucho entre los vítores y los gritos aterrados de la gente, entre los aplausos. El circo es un universo maravilloso, un lugar donde se respira belleza. La belleza, la armonía, la originalidad, son su razón de ser. Nada existe en este circo que no sea extraordinariamente hermoso, de una u otra forma. Y para mí nada lo es más que el equilibrio. Jamás lo cambiaría por la vista de los demás, por una vista que, la mayoría de las veces, no es capaz de elegir hacia donde va. Es mi sentido más valioso. El que hace caminar sin miedo, tanto encima del alambre como a ras de suelo. El que quisiera poner en las manos de Norah, para llenar las grietas insondables que parten en dos sus emociones, su vida.   

                                                                                                              )(













Caminar con las manos para dejar de pensar con el culo
iO




18 abril 2011

Colisión


Un segundo, una gota en el tiempo. Se dejan caer a veces sin orden, sin sentido, sin objetivo, unos sobre otros de cualquier manera. Otras veces, por el contrario, uno solo cristaliza en una forma caprichosa modelando tu interior, irreversiblemente.

La distancia. No se mide igual cuando se vive, cuando se muere, cuando se huye, cuando se clama con o sin esperanzas por un beso, por el último de muchos, por el primero de ninguno… A tu lado nunca fue un concepto cierto, definitivo… Con un paso se recorren años luz, y la distancia se doblega, como un enemigo vencido. Tus palabras curvaban la realidad como un espejo que, ora te acercaba, ora te alejaba de mí.

Todo empezó a temblar a la sombra del eco de tu mirada, la sentía avanzar dentro de mí, abriéndose paso, sin seguir caminos… Enormes rascacielos de sueños se venían abajo entre montañas que emergían del magma salvaje de sentimientos que, de repente, quedaban al descubierto rasgando mis órganos hasta la piel. Mi orden carece de sentido si no responde a tu orden. El poder que emanan tus ojos arrasa hermoso y brutal, sin conciencia de sí mismo y por ello puede aún más. La sensación de vértigo me invade, pero no quiero abandonar ahora que he entrado, brevemente, en tu camino. El choque se acerca, no puedo evitarlo. La fuerza parece levantarme del suelo. Se me olvida respirar, y al hacerlo de nuevo inhalo una gran bocanada de dolor. Cruzo los brazos sobre mis ojos pero ya es inevitable… la colisión con el fondo de los tuyos me destroza, la certeza de la palabra imposible pasa a través de mí impregnando cada célula de un dolor infinito.
Quise llegar al paraíso demasiado deprisa, pero en la fórmula perfecta algo ha fallado… la velocidad es igual al espacio partido de tiempo, toda la vida nos lo explicaron. Quizá es el destino el cuarto y definitivo componente. El que siempre queda fuera. El que nunca se plantea si es correcto. Y la nueva ecuación queda sobre la mesa irresoluble cada tarde de lluvia, cuando algunas cicatrices duelen tanto.
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un cerrar de ojos. en medio del mareo se acumulan imágenes de otra vida. se suceden aunque no pertenezcan a la misma. el cerebro parece tomarse la libertad de modificar lo que haga falta con tal de hacer su película. los restos de la colisión que se convierten en nave. la chica que se diluye en el viento mientras se gira a mirarla. quiero pararlo, cerrar los ojos y dejar de ver. ya lo estaban. los abro, pero nada. se hace incluso más real.
iO