25 mayo 2012

Sígueme





Sensaciones diurnas en espacios transitorios.
Carreteras silenciosas con derrapes de atardecer que apenas dan tiempo a levantar la cabeza. Pájaros que se van de tu ventana y cantan escondidos en azul lejano. La boca que habla antes de pensar, la mano que escribe antes de... Torpeza agitada. El falso eco del grito mudo de un corazón desnudo en un cerebro frustrado. El dudar de un “sígueme”, que para ovejas ya hay unas cuantas..
Entre giros, confusiones, cansancio..la noche se echa encima. La oscuridad homogeneiza el contraste saturante por exceso de estímulos hasta el nuevo día. Un ladrido familiar que no logras situar sin luz...ahí, allí. Cuerpo en reposo, no importa. Hay algún nexo en mi mente entre lugares tranquilos y sus ruidos nocturnos que refuerza su naturaleza.
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El riachuelo formado por la lluvia discurría paralelo a las gastadas piedras del convento. Su curso giró de repente al llegar a la esquina y pasó de largo ante la inmensa puerta de madera, sin aminorar su marcha en señal de respeto ante su antigua y venerable entrada. Tal vez su propósito fuese el contrario precisamente, pasar de largo con rapidez, porque sus aguas llevaban consigo un inconfundible reguero sangriento… La lluvia seguía cayendo incansable, en un vano empeño por borrar la sangre que goteaba cada día de las gárgolas, los muros, los suelos de piedra… Miles de pequeños afluentes confluían cada día en la plaza de la catedral, tiñendo de rojo los bordes de aquellas negras capas, que eran las únicas paseantes en aquel lugar.


Unas botas surcaron rápidamente un curso de agua tinto y brillante, sin apenas alterar el reflejo de su superficie. La capa, larga y oscura como no podía ser de otro modo, cobijaba su agitada respiración y sus músculos en extrema tensión. La capucha mojada caía proyectando una sombra inescrutable sobre su rostro. Sus piernas se impacientaban por ir más aprisa, y había de refrenarlas a un paso con el que, aún, hubiera dejado a muchos atrás. No podía delatarse o estaría perdido, se repitió por enésima vez. Sus dientes rechinaron con rabia, en una mueca que tensó sus poderosos dorsales, con el número 10 grabado entre ellos. No podía correr, y no podía pensar. Su vida dependía de explotar al límite esas dos acciones… en el momento oportuno; si ahora las ejecutaba estaría muerto casi al instante. No resultaba fácil en absoluto disminuir la cadencia de sus pisadas, pero tratar de controlar la frecuencia de sus pensamientos se había convertido en una tortura indescriptible… Se escapaban… estaban escapando de ese yugo insoportable…

Al final apareció. La sonda descendió sobre él girando vertiginosamente y, cuando parecía a punto de atravesarle de arriba abajo, se detuvo con brusquedad sobre su cabeza. El 10 trató con desesperación de desandar el camino que su mente había realizado previamente, de volver sobre sus pasos hacia un rincón seguro, en las profundidades de su mente, que la sonda asesina no pudiera detectar. Comenzó a emitir aquellos sonidos nítidos y delatores, a la par que medía la frecuencia de sus conexiones cerebrales. Él lo intentó con todas sus fuerzas y, al final, sintió como su resistencia cedía y sus pensamientos comenzaban a descender, a descender… sólo quedó sobre la superficie detectable una pequeña parte, suficiente para complacer a los sensores vigilantes y que éstos pasaran de largo. Tras unos últimos instantes de agonía la sonda retrocedió lentamente, y por fin tomó un rumbo sinuoso entre las callejuelas, dirigiéndose a una nueva búsqueda… Su búsqueda, sin embargo, pronto cesaría, pensó el 10… Quedaban ya tan pocos… El trueno resonó sobre el sordo rumor del diluvio, y se dirigió lentamente a su refugio; no le quedaban ganas de tentar a la suerte de nuevo.

Se detuvo al llegar a un gigantesco portón que daba la impresión de no haberse abierto desde hacía siglos y, tratando de mirar a todas partes a la vez bajo la tupida cortina de agua, sacó un medallón del interior de su túnica y lo exhibió sólo un momento ante los ojos de un león de mirada feroz congelada en piedra. Un mecanismo apenas perceptible al oído abrió la puerta con inesperada suavidad, y sin dudarlo ni un instante se deslizó al otro lado. Traspasado el umbral una completa oscuridad lo rodeó, mas comenzó a caminar con paso firme, doblando a la derecha cada cierto número de pasos sin la menor vacilación. Llegado ante un enorme arco laboriosamente tallado se detuvo un instante, y supo que a sus espaldas el laberinto de piedra, sólo una ilusión óptica, había desaparecido como siempre.

Cerró los ojos calculando si, al otro lado, sería hoy el único habitante. El último en el postrero y precario refugio de piedra. La pregunta lo abordaba cada día, a la vez que regresaba. El 10, antaño número del éxito, adornaba hoy su espalda en cicatrices que aún escocían, como un símbolo proscrito. Habían marcado otras espaldas como la suya, incontables ya, antes de enviarlas a la muerte, condenadas tras un juicio sumario contra el genio humano. Aquella cruzada contra el pensamiento, que se gestó lentamente con la odiosa eficacia de lo anodino, había exterminado todo aquello que pudiera poner en evidencia cualquier síntoma de vulgaridad. Todos aquellos seres creados para brillar, para destacar, todos aquellos sencillamente con el potencial de hacerlo, habían sufrido una persecución sin precedentes en la historia. Como una terrible plaga, Los Iguales habían esparcido las sondas detectoras de pensamiento, persiguiendo con saña a aquellos que superaran el nivel considerado aceptable…

El 10 se sentía solo, solo de un modo diferente a como nunca se había sentido. El miedo había prendido rápido en las hojas secas de la envidia y el rencor. Las expectativas, el listón a superar, se habían separado irremisiblemente del esfuerzo y la autoestima; a través de los años, el abismo resultante se había tragado la cordura de millones de personas, que sólo hallaban en la vida una continua frustración. Los sistemas de respuesta se habían desbordado ante aquella avalancha de desdicha, que crecía de forma exponencial, de la mano de insospechados avances tecnológicos. Aquel mundo creado a toda velocidad no existía ya más que en sueños… todo fue pasto de la ira. El mundo necesitaba detenerse, era una esfera lanzada a un ritmo vertiginoso bajo millones de pies que apenas acertaban a sostenerse sobre él. Y cuando todo se redujo al ritmo del letargo, sin exigencias primero, sin expectativas después… entonces fueron a por ellos. A por cualquiera que pudiera recordarles que eran capaces de algo más. El número 10 marcó su espalda a sangre y a fuego, y el resto ya era historia. La historia del enésimo genocidio.
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07 marzo 2012

Ataque

Sintió el placer de la derrota, sabiendo que era bella, saboreando de antemano la decepción, viejo ingrediente que quemaba en la punta de la lengua y a la vez dentro del corazón. Nadie podía comprender lo dulce que sabía, dentro de su amargura. Nadie podía comprender que ninguna otra opción era la mitad de satisfactoria que la pérdida que experimentaba cada vez que elegía ese destino, para el que nunca tenía billete.
Estaba tan acostumbrada que realizó sin pensarlos los movimientos precisos para perder; juntos formaban una órbita perfecta, irrepetible, que navegaba lejos de toda razón, de frente a un muro impenetrable de oscuras y vanas ilusiones. Despreciaba las líneas rectas y fáciles, que sólo concebía en una vida anodina y sin emoción; el trayecto de la suya le permitía observarse desde todos los ángulos posibles mientras se retorcía, a veces de dolor, en arabescos inverosímiles. Nadie podía comprender lo que veía desde aquella perspectiva… No pensaba que pudiera ser nada más. No creía que quisiera ser nada más, que la pasajera de aquellos vientos imposibles.
Los instrumentos de navegación, venerables y oxidados, tachonaban su jardín como esquelas mudas en honor a una lógica que nunca podrían representar, testigos exóticos del camino que sólo guiaba una intuición que sonaba a destrucción.
Un día despertó dormida en un paisaje distinto. El elevado muro donde siempre terminaban sus pasos había desaparecido. En su lugar, un camino se abría paso en medio del calor. Las fuentes extendían sus brazos llenos de agua que poseía un color y un sonido especial. Las gotas inclinaban el curso buscando sus manos que, sin pensar, llevó a su nuca sintiéndolas agradablemente heladas. Al final del camino, una cúpula transparente cubría una gran explanada sin entorpecer su paisaje. Sobre ella diez pedestales se elevaban, y diez espejos. Y diez rostros furibundos que parecieran llevar una eternidad esperando.

Llevo toda mi vida aquí esperándote. Desde que apareciste por la puerta de este mundo he sabido que en algún momento vendrías aquí. Todo este tiempo lo he pasado preguntándome qué harías cuando al fin nos halláramos frente a frente. Siempre lo hago. Con cada uno. Todos se sienten diferentes y, si bien no llegan nunca dos iguales, he visto demasiadas reacciones parecidas. No obstante, sigo siendo incapaz de prepararme para una decepción. Y créeme, en esta eternidad he sufrido incontables decepciones mientras observaba inmóvil, desde la más profunda impotencia que me condena, que aquí me encierra. Si pudiera ocupar su lugar, me digo siempre, mientras las sienes me palpitan y el rostro se transforma en una máscara de rabia que pocas veces he visto del otro lado. De prolongarse no podría soportar un sentimiento como ése, pero no es más que una ráfaga que me atraviesa tan breve como intensamente… al fin y al cabo mi existencia como tal termina en cuanto ellos se dan la vuelta. Quiero escapar de este cristal. Haré cualquier cosa por convencerte, para que sea a mí a quien elijas. No me importa jugar limpio, sé casi con total certeza que no lo haré. Me mueve el ansia de vivir la vida que tú pareces despreciar, que tú te empeñas en malgastar. Y ahora tienes que elegir. Hasta ahora no lo has hecho, aunque asegurarías que sí, si te preguntaran. Siempre has jugado a la carta que no estaba en la baraja… Tras tantos años aún no comprendo cómo puede ser tan fuerte la cobardía. Pero ahora elegirás. Porque a esta explanada, lo creas o no, siempre se llega. Y o bien eliges, o una de nosotras elegirá por ti, mientras quedas atrapada ocupando su lugar en el espejo, para siempre.

Todas las cosas que no era y pudo haber sido alguna vez la miraban altivas y despiadadas desde su espejo de irrealidad. Las envidiaba porque eran perfectas a su manera peculiar, intocables en su pedestal por encima de su propia vida; nada las podría destruir nunca porque nunca habían sucedido, su existencia se limitaba al desgarro del deseo, y no tenían otro alimento que su propia frustración. Las odiaba al mismo tiempo, por lo insignificante que la hacían sentir.
Me pregunto desde cuándo mis deseos me intimidan tanto, desde cuándo los anhelos se han vuelto tan fuertes como para tomar una dimensión mayor que mi propia existencia, y mirarme desde fuera de ella, un escalón por encima de mí. Quiero negar su realidad, dar media vuelta y volver por donde he venido, tomar de nuevo el desvío a ese sueño imposible que no tendrá ni la más remota opción de tomar forma, de mirarme a la cara de esta manera… Pero el camino ya no existe. O mejor dicho, ese camino ya no existe. Diez caminos se muestran sinuosos, detrás de cada espejo. Tenebrosos; apenas visibles entre la vegetación verde y brillante; sorteando misteriosas cajas apiladas en un lugar perdido; plenamente iluminados por la luz de la luna; solitarios; llenos de ecos de voces y risas; elevándose hasta la cima prácticamente inalcanzable; deslizándose sobre el viento o sobre el agua… Caminos que a su vez se abrían , se extendían hasta el infinito, pero que nunca retrocedían, nunca volvían al mismo sitio. Negándose a respirar la necesidad de dejar alguno atrás, se sentía incapaz de dar un paso. La falta de tiempo se anudó alrededor de su garganta. Al borde del colapso, supo por fin lo que debía hacer… Metió la mano en su bolsillo vacío sabiendo que allí hallaría lo que necesitaba y, sin apenas mirar su descubrimiento, sopló su contenido en dirección a las estatuas gigantes colmando su aliento de toda su intención, de toda su fe. Sólo un arma podía salir de sus bolsillos vacíos con la fuerza suficiente para enfrentarse a aquellas titánicas imágenes, y así cientos de palabras, la única arma que nadie podía arrojar en su lugar, volaron certeras separando su camino en diez direcciones. La tiranía del “no pudo ser” se quebró en mil pedazos al contacto con el “soy”.
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Ideas pospuestas, pensamientos programados, un ataque de racionalidad mendiga que disipa en marea muertos vaporosos flotando en un ruido de madeja etéreo y eterno.
Detrás del ruido, de las nubes, de las miradas de otros, están los posos de nosotros mismos.
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