Abro los ojos. Es de noche, cómo no. Habrá quien pueda
hallar difícil vivir inmerso en la oscuridad, pero es sencillo cuando no
conoces otra cosa. Para mí siempre ha sido así. Me llamo Kairat. Bienvenido a
mi mundo táctil. A mi mundo sin barreras, sin horizontes, y sin amor a primera
vista. En mi mundo las ideas se asocian de forma muy diferente al tuyo. Son diferentes
también las sensaciones que busco y encuentro. O mejor dicho, son en esencia
las mismas, aunque experimentadas de una forma muy distinta. Te escucho hablar
de cosas que no podría imaginar tal cual son para ti, pero no por eso dejan de
existir para mí. Las recreo a mi manera, como tú las recreas a la tuya
seguramente… no se posee la verdad sobre las cosas solamente por verlas, pienso
yo… y cada vez me hallo más convencido de esa idea. Puedo, sin embargo,
escuchar el relato en que describes esas cosas, esas sensaciones visuales que
vuelcan tus ojos para que tu interior las vea, y oír un eco paralelo en tus
palabras; existe, casi siempre, y casi nunca coincide con la forma exacta de
las palabras que se pronuncian… y en ese eco se sustenta gran parte de mi
existencia, literalmente además, como vas a ver luego.
Esta es Norah, mi madre. A veces pienso que querría estar en
mi lugar, pero es tarde para ella. Aunque jamás volviese a ver, nada podría
borrar los recuerdos que pasan por su mente como una película cada cierto
tiempo. Norah tiene una herida que ningún ser humano podría curar, y no me
refiero sólo a su piel. La de su alma es profunda como las simas que pueblan el
fondo de los mares, y el peso tira sin remedio de su ser hacia ese abismo. En
una fosa como aquella ha enterrado su confianza, su cariño, cualquier resquicio
que le pudiera abrir de nuevo la puerta al mundo no va a volver a aparecer. No
hay perdón. Para nadie. El perdón es una puerta de doble sentido que dejaría de
nuevo abierta la entrada al sufrimiento, y no se siente capaz de absorver una
brizna más de dolor en su ser. En cuanto a su otra herida… nunca la he visto, y
no por una razón tan obvia como se pueda imaginar; Norah nunca me ha dejado que
la toque.
Aún recuerdo muy bien cuando lo supe por vez primera. Desperté,
como hoy, como un día cualquiera. Mi cuerpo pequeño plegado en cualquier rincón
de la noche, que no era casi nunca el mismo. La noche era un entorno cambiante
lleno de ruidos diferentes cada vez. Rodeados de gente que no hablaba nuestra
lengua y a quien apenas entendíamos. Jamás supe del miedo a la oscuridad, los
sonidos que nunca cesaban eran mi luz si me despertaba, temblando
desconcertado. Pues bien, aquella noche desperté y no escuchaba un solo ruido. Todo
a mi alrededor parecía haberlo engullido otra oscuridad, diferente a la que yo
conocía. Alargué los dedos en vano ansiando aunque fuera un leve contacto de
ella. No lo hubo. Su contacto era su voz. Cuando me adivinaba asustado sabía
ser dulce de veras, pero aquella vez sus palabras acariciantes no llegaron. Mi
terror me impedía escuchar su respiración. Mis piernas eran muy pequeñas para
bajar del estante donde estaba dormido. Las estiré y estiré palpando sólo el
vacío. Quería sollozar, pero eso me impediría escucharla si estaba dormida. El
corazón se estaba haciendo tan pesado que amenazaba con aplastarme debajo.
Conté. Conté en inglés, en persa, en el recién aprendido francés, vacilante.
Sentí que mi mente oscilaba, a un lado y al otro de la cuerda; inspiré; seguí
contando despacio, y al fin el mundo dejó de moverse conmigo encima. Mi
respiración se hizo lenta, regular, como el orden de los números. Los sonidos
empezaron a cruzar la niebla del pánico, y al fin la oí respirar. Estaba
llorando, desde hacía rato, en un ruido leve que al principio no reconocí.
Llevaba allí todo ese tiempo, frente a mí, viéndome vacilar como en medio de un
mar helado, encaramado a un islote cada vez más pequeño. Nunca esperé, ni tan
sólo entonces, que se acercara… pero no me envió ni siquiera una palabra. En
seguida adiviné porqué lloraba y mi miedo terminó en ese instante. Se hizo a un
lado y dejó paso al entendimiento. Lloraba por mí. Porque ansiaba consolarme,
pero su ansia de castigo era aún más grande. Se castigaba a sí misma de un modo
extraño, inverosímil, a través de mí. Mi sufrimiento arruinaba su vida,
acrecentaba su ruindad, le permitía hundirse en la miseria que tanto deseaba a
veces sin poderlo evitar. Y cumplía su trágica exigencia a costa de mí. Entendí
todo esto, sin intervención de todas estas palabras naturalmente, y por una vez
el entendimiento no me hizo sentir mejor, sólo sentir que algo estaba mal, muy
mal, con aquella extraña que era mi madre y que yo nunca podría dejar de
querer, ni siquiera después de aquello.
A los pocos días nuestro barco atracó en Canadá. Norah
encontró trabajo en un lugar exótico donde su rostro no importaba, y allí nos
quedamos a pesar de que el empleo no prometía durar mucho. Tampoco su intención
era permanecer allí largo tiempo, como no lo era nunca. No mucho después, por
primera vez en lo que sería una larga historia, subí al alambre. Es posible que
se tratara del momento más emocionante de mi vida, pero eso sólo puedo decirlo
ahora. En realidad fue una experiencia terrible que pudo tener, también ahora
lo sé, cualquier final. Todo empezó con una multitud de pequeños ruidos,
rumores los llaman. Alguien que llegó en el barco conocía la historia de Norah,
sabía de donde veníamos. Cómo pudo averiguarlo es un misterio, pero su
desgracia comenzó a formar murmullos que tenían un gusto metálico y frío, como
la sangre en la boca. Así, de tan inesperada manera, conocí el nombre de mi padre.
Me sentí enormemente confuso. Nunca antes había pensado que en mi vida hubiera
alguien distinto de Norah… y pronto averigüé que ella debía pensar esto mismo.
Corrí hacia donde estaba ella, rodeada de telas que crujían. Las esquivé
fácilmente y me senté frente a ella. Su respiración se detuvo en una sonrisa
que yo percibí llena y deseé muchísimo verla. Sé que, a pesar de las heridas de
su cara, su sonrisa es muy hermosa. Nadie me ha hablado de eso, pero el eco lo
hace siempre por ellos… y, aunque no fuera así, de los límites del respeto
acaban escapando casi siempre retazos indiscretos, aquí y allá, y poco a poco
las piezas almacenadas como un puzzle se van definiendo como algo más… y se
ordenan con cuidado en mi cabeza, porque es lo más parecido a una imagen que
nunca tendré de ella. Sentía una alegría que era casi dolorosa ante ese
momento. Su sonrisa se quebraba muchas veces, en esquirlas afiladas y crueles
que rajaban y atravesaban, pero siempre aparecía de nuevo. Pensando en este
milagro me atreví a susurrar el nombre que había oído, sin saber que era la
bestia de la que huíamos. Ella jamás me lo dijo. Jamás me dijo que el odio de
aquel hombre era la marca que llevaba ella en su rostro, y el motivo de que los
colores y las formas pasaran de largo por mi existencia. Pensé al contrario que
el destino de nuestro viaje perpetuo era reunirnos con él, y ahora yo lo había
encontrado para ella. Norah quedó en un completo silencio; sin embargo no era
puro, tranquilo, ni siquiera distraído como otras veces… se parecía más bien a
un sendero lleno de charcos, si pisabas la baldosa equivocada te lanzaba el agua
helada y sucia que escondía debajo. La tormenta que arrojaba esta agua acababa
de estallar. Norah se levantó despacio y sentí atravesarme un odio que no era para
mí, pero en ese momento yo era el único destinatario disponible. Su sonrisa se
torció bajo una respiración violenta y entrecortada y salió dando un portazo.
Pensé que esta vez huiría sin mí. Que yo era una carga demasiado pesada y el
pequeño espacio prestado que hasta entonces ocupaba en su corazón, había sido
invadido por aquel rencor sin límites que la arrojaba de un lado al otro de las
emociones, y me arrojaba a mi contra un eterno vacío que ella abandonaba
siempre un segundo antes. Salí corriendo en la dirección contraria huyendo de
aquel naufragio, y tras sortear algunos obstáculos conocidos y empujado por la
suerte, me lancé contra el alambre. Me frenó en seco poniendo el mundo en su
sitio. Lo palpé. Era firme, y a la vez flexible. Subía a una altura del suelo
como un camino distinto y despejado, el camino que yo necesitaba. Escapando del
miedo y la confusión me encaramé a él. Me senté en el delgado filo. Lo palpé
con las manos, con los pies. Parecía extenderse hacia el infinito. Coloqué la
planta de un pie sobre él, llevando el otro hacia atrás me levanté. Se balanceó
y yo me balanceé con él en un vaivén cómplice. Se movía conmigo como si nada
pudiera hacerlo abandonarme. Salté sobre él y, al descender, allí seguía,
amoldando su cuerpo a mis movimientos. Fascinado avancé. Por primera vez mi
camino era una línea recta, definida, que me decía sin error posible hacia
dónde ir. Lo seguí. Me acompañaba una gran calma, y la sensación de caminar por
una amplia y mullida pradera. Pensé que podría vivir allá arriba sin bajar
nunca más. Salté de nuevo, con más impulso, y el eco vibrante me dijo
exactamente donde posar mis pies.
Nadie creería que es tan sencillo lo que me guía. El eco. Tanto
tiempo después, cuando lo escucho entre los vítores y los gritos aterrados de
la gente, entre los aplausos. El circo es un universo maravilloso, un lugar
donde se respira belleza. La belleza, la armonía, la originalidad, son su razón
de ser. Nada existe en este circo que no sea extraordinariamente hermoso, de
una u otra forma. Y para mí nada lo es más que el equilibrio. Jamás lo
cambiaría por la vista de los demás, por una vista que, la mayoría de las veces,
no es capaz de elegir hacia donde va. Es mi sentido más valioso. El que hace
caminar sin miedo, tanto encima del alambre como a ras de suelo. El que
quisiera poner en las manos de Norah, para llenar las grietas insondables que
parten en dos sus emociones, su vida.
)(
Caminar con las manos para dejar de pensar con el culo
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