15 diciembre 2015

Impaciente

iO


Crees que soy tuya porque me has domesticado. Me entrego pero nunca seré para ti del todo, porque tú no me conociste cuando tenía los ojos llenos de sol; cuando amé con una fuerza que levantaba cielos y odié con la furia que rasgaba sus cimientos. Cuando todo era de verdad todo, y ni un latido menos. Cuando no tenía miedos más allá del no sentir, y una canción era un yonqui ansioso capaz de asaltarme con una navaja en busca de más emoción. Cuando sólo había un camino, bordeando el abismo, el que no haría nadie más, y no sacaba las manos para hacer equilibrio: siempre estaban ocupadas sujetándome algún fragmento del corazón que amenazaba con despeñarse por el barranco de la cordura para no verme más, como quien salta, presa del pánico, de un tren a demasiada velocidad. Cuando rezaba a mis demonios cada día y me escuchaban sin falta. Cuando había ojos que no llamaban nunca a la puerta y se colaban entre ráfagas de vacío, rozando sólo su humedad un suelo yermo que no tenía bastante para empaparse jamás. Cuando dejaba que los recuerdos me soplaran dentro y elevaran todo lo bueno y todo lo malo cada vez, para volver a dejarlo caer después. Por eso ya no podrán lloverme hasta inundarme la razón, hacerme más feliz que nunca, colocarme en la pared como un trofeo, escupirme en lo profundo del corazón. Fue tarde desde muy pronto para calar en mi yo.
 )(

03 noviembre 2015

Inmensa

Mi madre quiere a una hija que cree que era yo. Mi paz está a 300 kilómetros de mi casa. A diario viajo con seres sin rostro que tampoco me ven. El amor que está prohibido entre semana, entra a presión en una maleta que paseo el viernes y que me arrastra los domingos por la tarde. Los altibajos siguen molando, pero provocan costuras que casi exceden ya el tamaño de la ropa. Nada es igual cuando los ojos de las personas que sabían tu alma de memoria, miran hacia otra parte. No hay tiempo para hojas marrones crujientes y nuevas, sólo se aplastan sin reparar las que pisaron antes miles de pies, mojadas por el sudor de su ir y venir. El miedo cuando has acertado todas las cartas y llega la próxima, crece tan rápido como nunca lo hizo la confianza. Es odioso pensar que quizá queden tan pocas cosas nuevas, realmente sin estrenar. Las pisadas que reprimes arriba y abajo mientras sospechas que no vendrá el último tren. La ira que estira las entrañas que no recordaban su último paso, y deforma tu cara con diez años más. Los gritos que callas y las sonrisas que te guardas para una ocasión mejor, que después sonríe a otro. El segundo de más que tarda en llegar la réplica exacta. La desdicha, la belleza, la sorpresa, los cuerpos marchitos de todas las edades, la falta de piedad. La lluvia que adoras en casa y maldices en la acera. Los sueños que se cortan cuando aún no han salido los protagonistas. Las cosas tiradas de cualquier manera. Dejar de ser bonito al segundo día. Olvidar quién eres cuando te comportas. Justificar mentiras cuyo sentido no recuerdas. Enfadarte por cosas que no te importan. Respirar poco, reciclar los suspiros de la basura. Desconectar. Recuperar. Alivio. Tortura. Vida. INMENSA.
)(


iO