14 febrero 2011

Órdago

Caer. Era lo último que recordaba. La adrenalina bombeada a toda velocidad a través de su organismo; el paisaje que cambiaba en décimas de segundo; la fuerza del viento, que sólo un momento antes parecía tranquilo, sobre su cara; sus brazos abiertos en cruz mientras procesaba al fin, con una sonrisa, la certeza del impacto. Los cerró un instante antes de atravesar la superficie bajo sus pies, en medio de una sensación glacial. Tus ojos eran esta vez de un azul intenso, sentía al mirarlos que me ardían los pulmones y se ralentizaban mis movimientos, como presa de un extraño embrujo.
Después aquí. Pares de ojos, muy distintos éstos, me miran concentrados, angustiados algunos bajo la máscara de la profesión.
¿Cómo he llegado hasta aquí? Había dos caminos en el fondo. Uno muy bello, lento y profundo, teñido de silencio. Deseé intensamente explorarlo… sin embargo, como otras veces, lo registré en mi memoria y nadé hacia la luz. Volvería después. Siempre encontraba el camino para volver. Nadé hacia la luz y empujé mi cuerpo fuera del lago helado. A pesar del frío y del esfuerzo, casi insoportable, caminé un poco más… un poco más… lo justo para tener otra oportunidad.
Me encontraron otra vez. No importa quién. Hasta ahora siempre estaban allí, eran peones en el juego, y yo nunca dudaba que iban a aparecer. Después, lo de casi siempre. A veces podía contestar, otras, como ésta, las máquinas hablaban por mí. Toqué los cables. Sonreí a pesar del esfuerzo. No entendían que esta partida se jugaba a dos solamente, y que ellos no tenían cabida. No entendían nada a pesar de sus rostros serios, escrutadores. A lo lejos oía una jerga que ya casi comprendía, por haberla escuchado tantas veces. Las primeras tuvo miedo. Ahora ya no. Mezcladas con cifras y datos escuchaba hipótesis sobre sí mismo, rebosantes de incredulidad. Pero ninguna tenía razón. Él no buscaba la muerte. La muerte era parte de todo y no era necesario buscarla en ningún lugar exótico. En todo lo que él hacía estaba además la vida, y esto era lo que él buscaba. Escalar, saltar, volar… No concebía existencia en la cual no pudiera ser libre, buscar su meta y alcanzarla, lejos de las torres grises de las ciudades. Había buscando todo cuanto amaba y deseaba, moviéndose a su manera, y había sido plenamente feliz. Un día, es cierto, el primero de muchos, la muerte le miró con sus ojos audaces y seductores. Esa vez no eran azules como ahora, sino color caramelo como la arena que aprisionaba su cuerpo y le impedía respirar. La sorpresa le privó de sentir temor, y se hizo mayor aún cuando sacó una baraja de cartas y la colocó ante él. Con el tiempo, ella le había concedido el honor de poseer su propia baraja, pues decía que muy pocos se acercaban a ella, la muerte, habiendo conocido previamente la vida, la auténtica vida.
Y esta vez, también vendrá.
Ella apareció por fin. Le miró fijamente con sus ojos de esta vez, azul intenso, y le hizo una seña casi imperceptible con su cabeza. Él sacó su baraja lenta, tranquilamente. Sintió su tacto suave y desgastado, las esquinas de los naipes un poco dobladas. Mostró sus cuatro primeras cartas y contenían el camino de la jugada maestra. Ni siquiera miró la quinta carta. Lanzó un órdago en pos de su vida una vez más. Tomó su carta y despacio la giró, con la confianza despreocupada de los locos, apelando a la suerte de los necios, con el lento suspense de un mago… la giró, y había fallado. No había as de trébol al otro lado.
De repente, sonó el pitido sordo, monótono, regular. Manos hábiles y rápidas se afanaban sobre él intentando retenerle. Pero no podrían hacerlo. Ni siquiera debían hacerlo. Él era un caballero que un día hizo un trato. Ahora había perdido y, simplemente, era el momento de levantarse y marcharse de la partida.
)( 

Toda pieza de plástico que se haya fabricado a lo largo de la historia todavía existe.” (*) Es leerlo y sufrir una indigestión de eternidad. Tantos avances médicos, aumento de esperanza de vida...y una botella de agua nos pone en evidencia (nuestra brevedad, y que hay mierda eterna, por supuesto).

Somos frágiles y efímeros,  e intentamos tener algún tipo de control agarrándonos a lo seguro,  a lo permanente,  a lo eterno. Yo creo fervientemente en los buenos y malos (a la vez), en los ricos y pobres (por separado) y en que en todos sitios hay alguien más listo y alguien más tonto que yo. En cuanto a sentimientos la cosa se complica, pero de vez en cuando existe alguna verdad presente que se viste de eternidad instantánea: no es menos cierta por no tener una proyección segura en el futuro, es más, a veces tiene tal profundidad en el ahora que éste se le queda pequeño. Es en este punto donde da igual si quien te vertió el café encima es el bueno, o si quien te acaricia la mano es el feo y el malo…son la justificación de nuestros crímenes y “suicidios”.
iO

No hay comentarios: