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Suéltame. Ya
desperté de la pesadilla. El mundo se había convertido, no podría decir cuándo,
en un lugar muy pequeño. El aire se había vuelto muy pesado dentro del pecho;
respirarlo pedía un esfuerzo terrible, imposible, como mover una máquina de muchas
toneladas, tanto, que deseé dejar de respirar. ¿Por qué a veces cuesta tanto
despegar los pies del suelo, aún para dar un solo paso, muy pequeño…? ¿Acaso la
gravidez del cuerpo no es siempre la misma?
Claro que no.
Suéltame. No me
importa lo que digas, porque tu voz se queda cada vez más lejos de mis oídos.
Tus argumentos se ven desde aquí arriba más y más pequeños… cada vez más
insignificantes. Me llamas por mi nombre, me haces trampas como siempre, con
tus crueles y patéticas advertencias. Lejos de aquí todo es grande, me dices, y
tú pequeña. No lo conseguirás. Caerás en miles de pedazos que ni el más experto
artesano, ni el transcurso de muchas vidas podrán arreglar.
¿Qué sabes tú de
lo que es la fuerza, maldita ignorante? Aunque cayera, mil veces más podría
levantarme porque estoy hecha para volar. No hay un camino, no puedes engañarme
al señalarlo como el bueno, como el correcto, como el único que vale. El camino
es la corriente que me lleva y, según cambia, cambia mi rumbo sin desviarme ni
un ápice de mi destino… porque el destino son cambios y tú nunca lo podrás
comprender.
Ahora sé bien
que el final de Ícaro fue una historia inventada sólo para mantenernos lejos
del cielo. Hay que subir, subir bien alto, saltar a otra capa de la atmósfera
donde no se respiren los gases tóxicos del miedo.
En contra de lo
que nos contaron, volar no fue nunca una quimera. Sólo hay que ser más ligero
que lo que te rodea. Más ligero que la pereza, que los prejuicios, que la falta
de fe, que el desamor por uno mismo. Callar la voz de la culpa, de la cobardía,
la que nos ha dicho siempre cuál debe ser nuestro tamaño en el mundo, y el de
nuestros deseos… y que al final suena como nuestra propia voz y nos ahoga
cuando sale por nuestra garganta.
Las voces han
desaparecido y ahora la música está dentro de tu cabeza, sólo aquella que tú
quieres escuchar. Los pies se mueven relajados, bañados por el sol. Cuelgan del
vacío mientras te sientas en el borde de tu ventana. Se mueven a la par que el
mundo en un infinito perfecto. El tiempo no es una línea, sino un horizonte de
360 grados que nos rodea sonriente para darnos la bienvenida. Saboreas ese
momento, sabes que es muy importante, porque es el primero en todos tus años de
vida en el cual vas a ser verdaderamente tú, todo lo que tú has elegido ser. Lo
saboreas con una gran sonrisa. La conciencia de ese momento se queda brillando
intensamente, pulida por todas las emociones que encuentra en tu interior, la
tristeza, la amargura de los momentos tan difíciles, la esperanza, y al final
la alegría de una buena decisión.
Ha llegado el
momento de elegir tu cielo. Para mí es fácil: el mío es un cielo nocturno que
huele a jazmín, y en el que cuelga gigantesca una luna de agosto tremendamente
brillante, como si nadie fuera a arrebatarle nunca el gran pedazo de oscuridad
que ocupa.
Salto y me
alegra que estés aquí. Y que me digas que soy ligera cuando estoy sobre ti
también. Ya sabes porqué es. Porque a tu lado mi corazón no pesa. Porque a tu
lado es LIGERO.
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