"Limonade, limonade me
they say I'm dry but I'm just sick
they say I'm cold but I'm just sick"
they say I'm dry but I'm just sick
they say I'm cold but I'm just sick"
iO
Hoy es uno de esos
días que tiraría el móvil por la ventana, me gustaría ver cómo se hace cachitos
en la calle con sus cientos de numerillos dentro… me tienen loca porque no
dejan de sonar, todos menos los que importan. Corre, corre, corre… ¿para qué
corro tanto? Creo que para no pararme a ver desde fuera lo ridículo que parece.
Creo que he perdido el control sobre mi propia vida… y he llegado a una
conclusión como esa porque el maldito móvil no deja de sonar, y tengo a la vez
las manos llenas de cosas igual de inútiles que esas llamadas… A ver, ¿para
quién estoy corriendo si puede saberse? Si lo hago por mí es masoquismo puro,
de un nivel al que creo que no llego, y si es para los demás ¿es tan
importante? Seguramente diría NO. Así, alto, claro y en mayúsculas… pero
aparece un sí incordiante
y pequeño al que no entiendo porqué se le hace mucho más caso. Siempre aparece.
Porque al final se mete en la cabeza la peregrina idea de que las relaciones
sociales, las que no tienen nada que ver con la amistad, pero esas con las que
en ocasiones disfrutamos, a veces dependen de una copa, de una cena, … de
montar este cirio en tu casa sin saber cuándo has accedido.
Voy a poner una
canción que me distraiga, por lo menos. Cómo sea la misma del politono me va a
dar algo… empieza a sonar… “Girls, they want to have fu-un, oh
giiiiiirlssssss…” y me río agusto de toda mi histeria reconcentrada, tentada de
quedarme cantando al cepillo de barrer y pasar de todo el mundo. Si quieren que
canten, y si no que se busquen las cervezas en la nevera… Pero esta vena
“sofisticada” a la que a veces mataría tan a gusto se ha empeñado en hacer
limonada. Veamos, limonada. ¿¿Desde cuando hay limones en mi casa?? Ya me lo
decía mi madre, que en casa siempre tiene que haber limones. Pero en mi nevera
no hay nada que pueda caducar y ponerse blandurrio… todo son hileras de bricks
inmaculados y perfectamente colocados. Pero ¡dónde iré en domingo a comprar los
malditos limones! Me acuerdo de la tiendecita de árabes que está abierta casi
siempre, cerca de casa. Bajo corriendo en pantalones cortos y entro en la
tienda, que está vacía a excepción de tres hombres que hablan muy alto. Cuando
entro por la puerta no detienen su conversación, sino que hablan más alto
todavía en una jerga ininteligible, y los pantalones que llevo me parecen más
cortos todavía. Al menos dentro se está fresquito, entre la penumbra. Resulta
raro no ver la fruta bajo una luz blanca y brillante, que hace relucir los
plásticos que la atrapan. Aquí está apilada mezclando piezas de diferentes
colores y tamaños, como se supone que son o eran los limones de verdad. No me
decido, buscando con la vista los que me parecen más grandes y jugosos… ¡yo! la
entendida en limones… Uno de los hombres me llama a voces, insolente y divertido
“Niññña, niññña, ¿qué quiere?”. Y sus paisanos se ríen con ganas alrededor.
Cojo algunos limones al final, completamente al azar, y me acerco al mostrador
deseando pagar deprisa y marcharme corriendo. No entiendo como las risas
abiertas y bienintencionadas de unos hombres me hacen pasar todavía tanta
vergüenza como si tuviera quince años.
Llego a casa y los
pongo un momento en la nevera, para borrar parte del intenso calor que se ha
apegado a ellos, y a mí de paso, en la sofocante solanera de la calle.
Voy a buscar la
licuadora. Abro el armario y por supuesto hay decenas de pequeñas cajas delante
con todo tipo de cosas. Las coloco todas en la encimera armándome de paciencia,
pero la caprichosa caja de la licuadora no aparece. ¡Qué va a aparecer! De
pronto la bombilla se enciende y recuerdo con el gesto torcido mientras
devuelvo todas las cajitas a su sitio: la licuadora está en el estante de las
cosas para arreglar que nunca se arreglan… Si al menos pudiera echarle la culpa
a él… Pero en el fondo es sólo mía. Aún así, no puedo evitar un pequeño y
malvado rencor hacia Fede, el novio que iba a arreglarlo TODO y nunca arreglaba
nada de nada… mucho menos la licuadora, claro. Siempre diciendo que era un
manitas, y yo haciendo algo tan tonto como creerlo… ay, Santo Tomás, ¿por qué
no te haría un poquito de caso? Lo bien que está de vez en cuando un poquito de
incredulidad… hasta que se demuestre lo contrario solamente… y yo esperando
verle con el destornillador cualquier día… ¡si de ilusión también se vive! La
cuestión es que el cacharro no funcionaba, así que a exprimir limones… así es
la vida.
Tras un ratito de
hacer bíceps mezclo el zumo con el agua. Aquello tiene una pinta rara rara. Si
eso tiene que estar bueno le quedan unos cuantos pasos… ¡El azúcar! El azúcar,
a diferencia de muchos novios, sí tiene la virtud de arreglar casi todo, y con
o sin consejo de mi madre no falta en mi casa desde luego. Pero… he aquí otro
problema. ¿Qué clase de azúcar será la que más les guste? No hay nada peor a
veces que tener donde elegir, por lo que se ge. La cuestión es que a mí me da
lo mismo exactamente… no tengo problemas de racismo y he probado de las dos
alguna que otra vez. Atestiguo que las dos están muy buenas siempre que se
sepan remover convenientemente… Si la cosa se va toda para abajo y no se mueve
malo malo, se queda el tema sin gusto ninguno. Hmmmm, me quedaré con el moreno…
el azúcar, digo… más contundente.
... Y hablando de
todo un poco… Aquí con estos calores y no tengo hielos… ¡ni uno! Para abajo
otra vez… ¿por qué están las playeras debajo de la cama, justo en el medio? Las
chanclas están en el armario, debajo de todas las cajas de botas. Las saco
desperdigando todo y bajo corriendo a la tienda del perpetuo socorro,
Alimentación Yang. Aquí los pantalones cortos no son problema, y subo rápida y
sudorosa con mis bolsas de hielo. Trituro las bolsas contra el fregadero
mientras me saltan gotitas de agua en las pestañas, confundiéndose con el sudor
que me cae desde las sienes. Después de un rato lo mezclo todo con energía y
pruebo un sorbito. Por extraño que parezca aquel mejunje raro y accidentado
está buenísimo. Me siento por primera vez en el día y bebo otro sorbo despacio,
disfrutando el delicioso y refrescante sabor que me baja por la garganta.
Cierro los ojos y hago lo correcto antes de poder arrepentirme; cojo el móvil, que
por fin está callado y cancelo la quedada de esta tarde. Mi tiempo va a ser
realmente mío. Y esta limonada me la voy a beber yo solita.
)(
.
2 comentarios:
Un relato muy entretenido y que a pesar del tiempo transcurrido, no pasa de moda.
Me he sentido identificada con la protagonista, pero y quién no. En este mundo de las increíbles y atrayentes tecnologías que gustan tanto y que casi todo queremos tener, sin darnos cuenta de que al final lo que compramos son ataduras, dependencias, sin vivires..., cómo no sentirse identificada con el relato.
Algunas, no digo que no nos hayan facilitado la vida pero otras, como el móvil, que cada vez ofrece más y más, y más nos enganchamos, generan problemas de diversa índole.
Yo desde hace años tengo siempre el móvil en silencio, alguna vez lo pongo en vibración y muy poquitas veces le pongo el sonido. ¿Cuándo activo la musiquita? Pues cuando sé de seguro que estoy pendiente de una llamada importante. Eso sí, cuando lo hago, estoy deseando ponerlo en silencio porque qué hartura, si no para, y por supuesto, los mensajes nunca son de quienes deseamos, esos siempre se hacen esperar.
Lo llevo en silencio por mis circunstancias pero ya me he acostumbrado que no sé yo si cuando cambie mi situación, voy a dejarlo permanentemente con sonido... Sinceramente no lo creo.
Me pone nerviosa el mío y el de los demás, estés dónde estés siempre suena una y otra vez. Lo que molesta cuando vas de viaje y solo quieres descansar, mirar por la ventana mientras ves el paisaje al mismo tiempo que sueñas despierta y, cuando estás a gusto con las imágenes que pasan por tus ojos, con la película que te has montado en la cabeza, ring, ring... bueno eso se ha quedado un poco antiguo. Da igual, el caso es que te destrozan tu momento de paz.
Muchas veces he pensado que con lo que distrae, si el móvil lo hubiera tenido en mi adolescencia todavía estaría estudiando el B.U.P.
No digo que a mi edad no esté enganchada pero sí que cuando quiero concentrarme, y sé que ando inquieta, el móvil a otra habitación y punto. Pero en plena adolescencia en la que todo se magnifica, bueno, difícil desprenderse del mismo.
Otra de las cosas que se han perdido con el móvil es la educación, eso de personas alrededor de una mesa tomando algo y todos con el móvil, a ver, es que es de risa. Es una falta de educación, pero una falta que se hacen unos a otros, lo aún peor es ser él o la única que no tiene el móvil en su manos o que de tenerlo no tiene datos... que lo mismo acababa igual.
Eso o cuando quedas y como llevas móvil pues en cualquier momento se cancela la cita y sin problema. Bueno, más o menos, porque yo me he comido más de un plantón precisamente por no tener datos o de tenerlos, por no mirar el móvil antes de salir.
Eso sí, he de decir que por lo menos no cambio el móvil cada 2x3, eso es algo que no soporto. Si me compro un móvil tiene que ser porque el anterior ya no tira y, el nuevo, por supuesto, tiene que durar hasta que no pueda más. Una vez que ya me hago a un móvil cambiarlo me da pereza por tener que aprender donde se encuentra cada ajuste de turno, configurarlo... Menuda lata y ahora que no vienen con instrucciones, hasta peor, porque eso de que el móvil te guía, tururú. Al final a consultar a Google o a YouTube dónde se encuentra esto y lo otro.
Me despido ya que me estoy enrollando demasiado.
Un beso a distancia, con mascarilla pero de los de verdad ;)
Me alegro de verte por aquí, Pixel!!
En este caso nuestra protagonista encuentra el norte que ha perdido, cambiando el móvil por una limonada fresquita, que puede estar representada por cualquier gesto que suponga dedicarte un rato sin prisa, con calidad aunque sea un pequeño detalle. En general, se demuestra poco que nos importamos, a los demás y a nosotros mismos; de éso no hay que olvidarse, de nosotros y nuestras necesidades, porque al final es de donde siempre vamos reduciendo tiempo y atención, y al final nos resentimos nosotros y quienes nos rodean. Sentirnos bien, o hacer gestos para ello es, para empezar nuestra responsabilidad.
Aparte de éso, entiendo muy bien tu opinión acerca del teléfono móvil, ese arma de doble filo. Es increíble como, a veces, nos llega a "esclavizar"... Desde hace tiempo se ha convertido en prácticamente la exclusiva forma de contacto con muchas personas y en muchos momentos; éso quiere decir que cada vez se identifica más lo que se recibe a través de él con la atención, los sentimientos,...y a veces se torna peligroso, sobre todo cuando, por el motivo que sea, no hay una reciprocidad. Se van creando silencios y vacíos que, ante la incertidumbre de saber qué hay o no al otro lado, los llenamos muchas veces de ideas negativas, y se entra en un bucle complicado. Las personas vivimos a base de sentimientos, bueno, algunas al menos, y ahora mismo hay demasiado poder encerrado en esa cajita.
Es cierto que, en ocasiones, sí es un aliado...cuando las circunstancias te alejan de personas con quienes sabes que en persona también fluirían las cosas, es una herramienta útil que brinda una muy buena comunicación, durante el tiempo que se necesita y como complemento, no sustituto. Como mirarse a los ojos no hay nada, aunque ésto lo digo yo con mi buena dosis de timidez.
En cuanto a las molestias que ocasiona... es fiel reflejo de la educación que nos rodea, a día de hoy pésima en general. A mí me exaspera que destrocen mis ratos de paz, como los tuyos, en los que coincido, con música sin cascos o conversaciones a voces; de un tiempo a esta parte opto por incorporarme a estas conversaciones en las que me incluyen tácitamente sin yo pedirlo, y hago los comentarios oportunos a lo que escucho... me río bastante y, además, a veces funciona (otras, no).
Beso recibido, y enviado uno "enmascarado", pero igualmente sentido.
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